jueves, 3 de mayo de 2012

Metegol en las pampas malditas

Luego de pasar casi cinco días mayormente sobre su hamaca paraguaya, Edago camino por la ciudad.
El inconfundible ruido metálico de un gol de metegol saco a edago del letargo de la contemplacion.
Recuerdos de otro lugar llenaron su ser.

Recordaba la habilidad que había adquirido en ese juego. Un juego donde sutileza y potencia debían conjugarse para, según creía Edago, ser alguien respetado en ese ámbito. El juego es apasionante para Edago por donde lo mire. La velocidad y los reflejos se debían combinar con la pausa y la sutileza para engañar al rival tanto con lo inesperado de la maniobra como (en caso de que el rival intuya lo que uno va a hacer), la velocidad para que aun así se pueda superar el bloqueo de aquellos defensores de metal.

La concentración era determinante en su juego, pensó Edago, pero también lo era la velocidad y la sutileza en el manejo de sus jugadores. Siempre se sintió favorecido por haber nacido zurdo y que lo retrogrado de la educación le obligue a utilizar la mano derecha para escribir, aun en contra de su naturaleza. Con ello había ganado en dominio en su mano derecha manteniéndolo, aunque menguado, en la izquierda. Este hecho hacia que el juego de edago se volviera muy ofensivo, ya que su mano derecha se encargaba de la delantera y en posición defensiva podía despejar e incluso convertir con la mano izquierda, mientras con la derecha levantaba el mediocampo y con apenas un movimiento estaba presto a contraatacar, mientras por lo general sus rivales debían retroceder para tomar la defensa con su única mano hábil, la derecha, regalando de esta forma la iniciativa, maniobra suicida ante la velocidad del mediocampo y los reflejos de la delantera de edago.

Claro que edago no era solo velocidad y reflejos, aunque eran estos muy notorios en el. Contaba con la sutileza de una delantera con variantes varias, desde el clásico gancho hasta el amague de gancho y su posterior pase a un wing. El wing derecho convertía potente y seco, con un ruido áspero que tanto disminuía a sus rivales. El wing izquierdo convertía como una briza leve en el calor del verano, casi sin darse a conocer, sin ser vista, con la placidez que tanto humillaba a sus rivales. Para edago los goles con el wing izquierdo tenían algo especial, debían ser realizados con una sutileza y precisión perfecta para que lleguen al fondo del arco. Era la jugada que más le gustaba a edago, y también la que más fallaba.

Hacía mucho tiempo del último partido, rivales de escaso nivel habían hecho que se vaya alejando del juego hasta que este paso a formar parte del universo de los recuerdos.
Edago sabía perfectamente que jugar al metegol era lo que mejor sabía hacer en esta vida.

Por Hernán Nikolaus

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